De probabilidades II

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Tiene el cabello liso pero algo alborotado, las uñas pintadas color verde paco, y se sienta en el tercer asiento al lado de la ventana a la derecha de una micro Transantiago sin destino. Sin destino hasta dos minutos después, cuando se sube un chico a la 506 -cuando en realidad debía tomar la 511-. Ella nunca tendría que haberse imaginado que el chico subió a esa micro porque estaba ella. Tampoco tendría que imaginar que él la ve todos los días pasar, que sabe la música que ella elige cuidadosamente en su mp3, su forma de caminar, de hablar, de pasear a su perro. Sabe que a su sopaipilla le echa mitad ketchup y mitad mostaza, sabe sagradamente su abuela la llama “Caqui”, porque es su fruta favorita. También se fija en la mirada perdida que pone mientras está en la fila de la caja del supermercado, y que todos los lunes se pinta las uñas de un color distinto. Que en su bolso trae un pequeño cuadernillo donde anota las ideas más estúpidas del universo, sabe qué libros les gusta, qué ropa no, y cómo le gusta mirar a la gente enojarse porque la micro va llena.

Todo eso ella no lo imagina. Sin embargo, hay un 12,93 % de que algún día se de cuenta, de que algún día lo descubra cuando la mira por detrás del balón de gas de su casa, del carrito de sopaipillas de la esquina, desde afuera de la vitrina de ropa vintage, y desde el paragüas de la señora Gladys.

Por otra parte, existe otro 24,36 % de que ella lo rechace si él le habla. Las probabilidades son bajas, por lo tanto no tan arriesgadas. Pero él teme. Teme que a ella no le guste que su madre sea drogadicta, que su padre engañe a su madre con la vecina, que su hermana se pase rollos con su prima, y… que lo encuentre mal de la cabeza porque todo lo calcula con probabilidades. Teme que su vida no tan convencional la asuste, la haga llorar y correr a los brazos del Benja, el universitario con ideas revolucionarias del pasaje de al lado, ese que come soya, es inteligente y no tartamudea como él, ese que no necesita subirse a la micro equivocada para estar cerca de ella, que la tiene como amiga en facebook y le presta sus libros de Marx y Engels.

Si él supierta que sólo se arriesga un 24,36% no sería protagonista de esta historia.

Por mientras, ella cambia la canción, se aburre de Of Montreal y pone algo de Cocteau Twins. Es una mañana grisácea, como Cocteau Twins. Sin embargo, ella tiene algo colorido, pero nunca se sabe qué es. Todos lo notan, aún cuando está dormida. Ella dice que habla con enanitos, con misteriosos duendes que duermen en los pies de su cama, y aunque nadie le cree, él sabe qué es verdad, porque él también los ve y son ellos mismos quienes le cuentan cuantas cucharadas de milo le echa ella a la leche, cómo saluda a su mamá en la mañana, qué ropa elige para ponerse, quiénes la van a visitar, y cuántos esmaltes de uña tiene en su velador.

La probabilidad de que exista un duende es de un 4,4%. De que exista uno en la casa de ella es de un 0,33%, y que además se pasee por la casa de él es de un 0,1%. La probabilidad de que ella se baje en el siguiente paradero y él la siga y le hable, es de un 13%, mientras que la de que un auto choque contra el tercer asiento de la ventana a la derecha del Transantiago, es del restante 87%.


Desde ese momento dejaron de gustarle las probabilidades.